Ética periodística y terrorismo

| Rafael Estrella

Hace unos días, en su columna en un diario argentino, Hernán Casciari criticaba  que la opinión pública española reaccione con enojo cuando algunos medios de prensa extranjera se resisten a usar las palabras “terrorista” o “terrorismo” para referirse a ETA y a sus acciones de violencia, muerte y destrucción, reacción que descalifica como un pataleo visceral y carente de objetividad frente a la “altura periodística” de los medios británicos. Con rotundos signos de admiración, Casciari ensalza en su artículo la equidistancia aséptica y profesional que, en su interpretación, ofrecerían dichos medios y, en particular, presenta como modélico el libro de estilo de la BBC, el cual, efectivamente, recomienda (no prescribe) que al informar sobre actos terroristas (sic) se utilicen términos que describan y no califiquen los hechos y sus autores. Desde este dogma, Casciari lleva sus argumentos al paroxismo, afirmando que lo apropiado sería denominar  “suceso sangriento” a lo que la inmensa mayoría calificamos como atentado terrorista.

Aunque Casciari no lo dice expresamente, prefiero dar por supuesto que en su ánimo no está justificar el terrorismo ni a los terroristas, y que no tiene problemas en condenar los atentados de ETA o el atentado contra la AMIA –como sí hace la prensa británica en sus columnas de opinión-,  y que no está en su ánimo justificarlos, por lo que no polemizaré sobre esta cuestión.  

En la tesis que plantea Casciari hay importantes inexactitudes y graves errores conceptuales de peligroso alcance. Es cierto que el periodismo se enfrenta en ocasiones al dilema de erigirse en árbitro de categorías que entiende como morales o políticas; también lo hace la propia política. Pero, en el mundo civilizado, que va más allá del libro de estilo de la BBC, el terrorismo es también una categoría del derecho interno e internacional en la que ETA, por sus acciones, por los efectos de éstas y por la plena deslegitimación de las mismas, tiene un lugar indiscutible.

 Vayamos a las inexactitudes: es falso que los principales medios británicos sigan el principio de no llamar terrorismo al terrorismo y terroristas a los que cometen actos de terrorismo, con independencia de que la atribución incluya otros rasgos descriptivos. En contra de lo que dice Casciari, tampoco lo hace con el terrorismo propio. Así, por ejemplo: “el grupo terrorista disidente irlandés IRA Auténtico apareció ayer como el principal sospechoso del coche bomba del centro de TV de la BBC” (Telegraph, 5 de marzo de 2001); “terroristas del IRA Auténtico, culpables de planear tres ataques con coche bomba”; (The Independent, 9 de abril de 2003); “Lockerbie es el peor ataque terrorista en el Reino Unido” (The Times, 13 de agosto de 2009).

El Guardian, probablemente el medio británico más acreditado, también reflexiona en su libro de estilo sobre los riesgos de un uso generalizado del término “terrorista”, en la medida en que puede contener elementos de subjetividad, pero no duda en comprometerse: “cualesquiera que sean nuestras simpatías políticas, los suicidas con bombas, los atacantes del 11/S y la mayoría de los grupos paramilitares pueden ser razonablemente considerados como terroristas…un acto terrorista se dirige contra víctimas, bien elegidas al azar o como símbolos de aquello a que se oponen (trabajadores del World Trade Centre, turistas en Bali, pasajeros de trenes de cercanías españoles); tiene por objeto crear un estado de terror en las mentes de un grupo o de la población en su conjunto, con fines políticos o sociales”. No puedo estar más de acuerdo con estas afirmaciones del prestigioso y respetado diario británico, que hacen innecesario invocar pronunciamientos como los de la ONU, la UE o, más recientemente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. 

 El pasado 15 de julio, el Guardian atribuía en titulares tres atentados en Yakarta a “un grupo terrorista vinculado con Al-Qaeda”. Más recientemente, el 31 de julio, calificaba los atentados de ETA en Mallorca como “ataques terroristas” de “separatistas vascos”. La información tiene todos los elementos de precisión y objetividad: hablar sólo de “separatistas vascos”, como propone Casciari, no favorecería la calidad de la información; por el contrario,  induciría al lector a pensar que todos los que en el país vasco son partidarios de la independencia (menos del 20%) apoyan también el uso de la violencia, algo que es una falsedad (apenas un 1% de los vascos apoya métodos violentos).

 La visión de la BBC es cuestionable, y no lo es menos la forma en que aplica criterios de ética periodística. Si la BBC no tiene reparos en dejar de lado el principio de neutralidad informativa cuando titula con calificativos como “ataque por odio racial”, “grupo neo-nazi” o “ataque por odio anti-gay”, ¿qué le impide hacer lo mismo con el terrorismo y, sobre todo, ¿cuál es el grado de coherencia  de esos principios que aplica de manera selectiva? Su credibilidad se vio también dañada en 2005, cuando al informar sobre los atentados de Londres, la dirección ordenó “editar” (censurar) la  información publicada en su sitio de Internet, eliminando de la noticia la palabra “terrorista”, que sus redactores habían incluido en titulares y texto.    

 Dicho lo anterior, siento admiración por el periodismo británico, por su vocación de objetividad, por su capacidad de autocrítica y, también, por su respeto intelectual hacia el oyente o el lector. La separación entre información y opinión es uno de los ejes centrales del periodismo de calidad. En cuanto a Casciari, él  no informa, opina, y desde la pura opinión, invoca y reinterpreta en su prédica el principio de neutralidad informativa, sacralizando como dogma un lenguaje que pretende ser ética y políticamente correcto, aunque esté cargado de significación política.

 Cuando usamos las palabras terrorismo o terrorista lo hacemos desde la dignidad y la superioridad ética y moral de una sociedad que sufre esa violencia y la enfrenta desde el Estado de Derecho, sin doblegarse al chantaje del terror. Pretender ser neutral o equidistante frente al terrorismo es una toma de posición más cercana a los violentos que a las víctimas. Denominar “suceso sangriento” a los actos terroristas de muerte y destrucción es un insulto a la inteligencia de los lectores y una ofensa a las víctimas de ETA, de los atentados contra la AMIA y la Embajada de Israel, de las Torres Gemelas, de Londres, de Bali o de Atocha. 

 

6 Responses to Ética periodística y terrorismo

  1. Elmo Coban says:

    Estoy completamente de acuerdo contigo, no se puede nombrar de otra manera a este tipo de actos delictivos en contra de personas normales sin culpa. Pero algunas otras personas como el piensan y ven estos actos de manera diferente, simplemente me gustaria intentar entender como es que lo ven !!

  2. Sergio BR says:

    Terrorismo es Terror. Maldad sembrada de sangre, fuego, odio… La representación del lado más oscuro de la raza humana. Característica única y exclusiva del Hombre. Se puede y se debe ser objetivo, denominando Terrorista al que pinta de miedo y rabia la cara de un hombre, mujer o niño. Basta de libros que nos enseñen una objetividad que violemos por unos cuantos euros, libras o dolares…

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