Mientras sigo el comienzo de la campaña electoral argentina, entre encuentro y charla con visitantes como Luis García Montero, Francisco Calvo Serraller, Almudena Grandes, Julio Neira o Elvira Rodriguez, además de todos los que asistieron al 40 aniversario del argentino con raices españolas Bar Sur, unos dias libres me han permitido recuperar algunos materiales sobre Les Luthiers que no había tenido ocasión de subir al blog: videos, fotos de cumpleaños e intervenciones.

Los dos videos corresponden al acto de imposición a Les Luthiers de la Orden de Isabel la Católica por parte de la Vicepresidenta del Gobierno de España. El primero, la intervención de agradecimiento de Marcos Mundstock en nombre de Les Luthiers, es de una autora novel o, mejor dicho, ofensivamente joven, Lucía Mundstock que, pese a los precarios medios técnicos, muestra ya una gran sensibilidad artística.

El segundo es mi intervención en la presentación del acto. Su autora, Emilia Cózar, que ahora sigue trabajando en depurar su técnica…y su pulso (¡gracias, Emi!).

Además Les Luthiers tuvieron la amabilidad de invitarme a su fiesta privada de cumpleaños, espléndida, llena de sorpresas preparadas por Lino Patalano, desde la banda de granaderos tocando músicas de Les Luthiers a sketches de Konga, la excepcional obra de cabaret que espero pase pronto del Maipo a Madrid.  No he visto fotos de esa celebración privada, que creo debe quedar documentada. Aquí dejo constancia con mis fotos.

Antes, a mediados de agosto, me habían invitado a participar en una mesa redonda con el título «Les Luthiers, profetas en otras tierras». Lo que sigue es la reconstrucción de mi intervención.

Intervención de Rafael Estrella en la Mesa Redonda «Les Luthiers, profetas en otras tierras»

(Expo Les Luthiers 40 años, Buenos Aires, Centro Recoleta, 17-09-07)

El pasado 8 de agosto fue un gran día: los cinco Luthiers se pusieron corbata. Les habíamos visto en traje de faena -pajarita o, como dicen ustedes, moña- y, fuera del escenario, informales y cada uno a su aire. Ese día, por primera vez, los cinco aparecieron con corbata en el teatro Avenida… y España les condecoró con su más alta distinción, la Orden de Isabel la Católica.

Lo dije el otro día en el Avenida antes de que la Vicepresidenta Fernández de la Vega les condecorase: las primeras impresiones que dejaron Les Luthiers en España -no digitales, como las de su personaje, sino analógicas- fueron de luz y color sobre el gris de una dictadura agonizante. Ellos iluminaron y dieron color a esa etapa y nos acompañaron en la transición, ayudando a devolvernos la sonrisa.

En el año 1974 llenaban y asombraban en el teatro Marquina. Luego pasarían al Alcalá, donde yo les ví por primera vez. Una crónica de la época hablaba de su «talento estrafalario» y trasladaba su perplejidad al describir la audiencia heterogénea que convocaban. «Había de todo: estudiantes ilustrados, maduras amas de casa, administrativos evadidos, pasotas suburbanos…»

Pero más difícil todavía es describir un espectáculo de Les Luthiers. Así lo intentaba un cable de la Agencia EFE tras la presentación en Madrid del espectáculo «Vigésimo aniversario»: «el concierto concluyó con el Concierto de Mpkstfroff (!ocho consonantes y una vocal!) para piano y orquesta. Se trata de la caricatura de un concertista de piano que debe luchar contra las adversidades. En un momento de la interpretación, el músico empieza a repetir un tema porque no puede dar vuelta a la página de la partitura ya que se encuentra ejecutando la pieza con las manos cruzadas». Y añade: «al final del programa entonaron Serenata tímida, en la que un apocado galán canta a su amada. Al comienzo, el texto melódico es extremadamente respetuoso, pero progresivamente los músicos comienzan a incluir apasionados trozos de boleros ante la desesperación del inexperto amante». Está claro ¿no?. Con esta descripción, los lectores de los diarios españoles trataban -en vano- de imaginarse el espectáculo de Les Luthiers. Y claro, la gente quería ir a ver esas excentricidades.

Se les quiere, a veces, pese a ellos mismos. En el libro de Samper sobre Les Luthiers, Ravinovich, cuando se le pregunta por su músico predilecto, dice sin dudarlo: «los Beatles». Cuando poco después le pidió Joan Manuel Serrat que le prologase sus Cuentos en serio, cuenta Serrat que estuvo a punto de dejarse llevar por el rencor y decirle «… y, andá y pedíselo a Paul McCartney…», pero finalmente aceptó hacerlo «sabiendo lo ocupados que están los Beatles».

Tomando prestados de otros trozos familiares -como hacen Les Luthiers- y de sí mismo, Serrat, entre Mediterráneo y Las Majas del Bergantín escribía en ese prólogo:  «Ravinovich goza de justa y merecida fama de payador guitarrero, baterista, rapsoda, cantor y embustero, le gusta el juego y el vino, tiene alma de marinero» (esto es lo que Les Luthiers llama «no un plagio, sino un cendón).

Los teatros se quedaron pronto pequeños para sus actuaciones, y así pasaron a palacios de congresos o polideportivos. Ya en 1981, en Galicia, los diarios informaban de que cuatrocientas personas habían hecho guardia toda la noche para conseguir entradas de un concierto de Les Luthiers. También han actuado en plazas de toros y hasta han competido en popularidad con los toreros. En la misma página de un diario de aquel mismo año 81 se nos informaba de que Les Luthiers triunfaban en Madrid y Morenito de Maracay hacía lo propio, en Maracaibo, naturalmente. En la era de Internet, la primera lista de correo sobre Les Luthiers la creó un grupo de seguidores españoles.

Hay una extraña asociación de Les Luthiers con el mudo de los toros. Años más tarde, de gira por España, la ciencia demostró que Daniel no era un sicópata ni un sociópata sino, en todo caso, un cardiópata. Suspendida la gira, la prensa nos contaba con detalle la recuperación de Daniel con el mismo detalle con el que iba informando del estado de Curro Romero, que había sufrido (a ver si lo digo bien) «una herida inciso punzante por asta de toro». Sí, es lo que están pensando, Curro Romero sufrió una «cogida», en este caso delantera, en la región inguinal».

Me han preguntado cuál es la causa de mi atracción por Les Luthiers. Voy a contarles un secreto: mi familia les debe grandes momentos de paz espiritual. De pequeños, mis hijos eran, según los médicos, «hiperactivos», aunque para nosotros eran «hiperhistéricos» que se aburrían cuando atravesábamos España en coche y no dejaban de preguntar «¿cuánto falta para llegar? o se ponían a llorar. Un día, cuando ya no sabíamos que hacer, les pusimos una cinta de Les Luthiers… y entonces llegó la paz. Eso sí, al terminar, había que dar la vuelta a la cinta. Se pasaban el viaje cantando, por ejemplo, «te amo te amo, te amo… en realidad te aprecio, te estimo bastante»… y disfrutaban coreando el grito final, «!me hablaaaa!». O comenzaban haciendo asomar el sol por el poniente para pasar a recitar «Defensa y Victoria, Libertad e Independencia»… hasta «y se sirve a la Patria… o bien, en el molde», para terminar entonando el «perdimos otra vez».

Por eso, nos les sorprenderá si les digo que, a los pocos días de llegar a Buenos Aires, leí en el rótulo de una calle: «Triunvirato», y añadí inconscientemente en voz alta «Y Avenida de los Incas». Ante la perplejidad de quien conducía seguí recitando «!soldados, pelad los sables!» hasta finalizar, yo también, con «y se sirve a la Patria, o bien, en el molde».

Les Luthiers a los que se quiere y se adora en España, a los que, en palabras de Mundstock, «después de la primera Orden de Isabel la Católica, se considera un poco más como «nuestros argentinos», tienen grandes amigos en mi país. Uno de ellos escribió sus impresiones tras verles actuar, en 1974,  en el Teatro Marquina. Contaba que fue invitado al teatro sin saber qué iba a ver: «pensé que era un grupo progre con mensajes metafísicos o tal vez se tratase de unos saltimbanquis húngaros y/o ¿por qué no?, de una secta esotérica en vía de atraer adeptos para misiones inconfesables»… «Poco a poco se me fue abriendo la boca, y no de hambre, sino de asombro… Si he dicho qu era asombrosa su manera de interpretar sus textos y su manera también de hacer sonar aquellos instrumentos, no era menos asombrosa su calidad como cantantes, sus tonalidades, su empastamiento de grupo perfectamente armonizado rayano en la perfección».

Y concluía José Luís Coll: «son cinco, actúan como uno y satisfacen a millones… Sólo tienen un defecto, pero no sé cuál es».